En: Opinión
La autocompasión si se ponen a ver es una reacción natural y sensata cuando nos sentimos derrotados, y más fácil de llevar por las personas a su alrededor que el orgullo.
Traducido a la vida cotidiana, la autocompasión es un juego de ideas atadas estratégicamente para que quien la ejerce termine de una u otra forma beneficiado por la situación. Y qué mejor que la comedia para explicarlo:
Digo sin ser conscientes porque de lo contrario se llama manipulación y es un tema muy denso del que no creo que escriba pronto.
La autocompasión podría entenderse como «disparar penas al aire como perdigones de escopeta para ver qué (o quién) cae». Y si bien todos conocemos a alguien cuyo estilo de vida está fuertemente cargado de autocompasión, todos conocemos ese estado o reacción porque lo hemos vivido y conocemos su eficiencia porque así aprendimos a obtener regalos y mimos adicionales de nuestros familiares cuando éramos pequeños.
Porque las interacciones sociales involucran un complejo sistema de gestos, palabras e ideas en las que al final se establece una transacción entre la intención de una persona y la disposición de la otra. Frases como «dígame las cosas sin rodeos» suelen funcionar como comodines en una conversación para llegar a un punto concreto, pero desde el punto de vista de la autocompasión puede ser el fin de una negociación de quejas por beneficios.
Y en defensa de la autocompasión (así no la practique con frecuencia), es una actividad productiva porque el truco consiste en exponer una situación personal difícil y reconocer su propia mala suerte para que alguien, con una perspectiva menos dramática y difusa de la situación le dé una solución; y muchas personas logran un estilo de vida envidiable cuando aprenden a administrar sus desgracias y mantener interesados a sus benefactores.
La autocompasión es una característica tan interesante que si la mezcla con la autoredención y las aplica en su vida diaria, puede decir orgullosamente que se ha convertido en un Conchudo.