En: Opinión
Llevaba varios meses pensando en escribir sobre el Síndrome de Pichirilo y aproveché unas horas mientras llegan los materiales de nuestro próximo proyecto para dedicarme a este artículo.
No es nada trascendental, es más una especie de ‘homenaje’ a las personas que en distinto grado (siendo yo uno de ellos) sufren de un síndrome que decidí bautizar como ‘Síndrome de Pichirilo’.
El Síndrome de Pichirilo suele afectar por lo menos a uno de los integrantes de una familia colombiana (y me atrevo a decir que también en otros países), y se caracteriza por una peculiar fijación con los vehículos viejos, no necesariamente clásicos. Esta fijación con el tiempo se convierte en una especie de filosofía alrededor de por qué vale la pena invertir tiempo, dinero y paciencia en un vehículo -sea carro o moto- cuya tecnología es casi obsoleta para los estándares de movilidad actuales, apelando a los atributos de ese modelo en particular y recordando sus años de gracia.
Seguramente les vino a la cabeza la imagen de su papá, de su tío o de usted mismo. Todo bien, yo también padezco levemente de este síndrome 😉
Solo para entendidos – Algunos Pichirilos que todavía siguen dando la pelea :p
Curiosamente la línea que divide a un paciente de Síndrome de Pichirilo del restaurador de vehículos clásicos es bastante ancha, pero se hace bastante delgada cuando se acerca a la categoría de Chatarrero por muchas razones; y es por eso que en su casa por lo general tiene un carro y medio: El ‘Pichirilo’ que ya sea por dedicación o por un golpe de suerte todavía lo lleva y lo trae a todas partes, y medio carro representado en cajas y cajas de repuestos que ha guardado para mantener andando al primero. Si usted o alguien cercano cumple con estos hábitos puede que tenga y disfrute de ese particular síndrome, sin embargo faltan algunos síntomas adicionales.
Un auténtico paciente del Síndrome de Pichirilo presenta las siguientes características:
Desde los cambios de diseño y prestaciones que tuvo el carro desde su primer modelo hasta el año en que lo dejaron de fabricar, este personaje sabe en qué válidas automovilísticas corrió -y ganó- en la década de los 80 y 90. También sabe qué personaje famoso también manejó una de estas joyas de la ingeniería automotriz y claro, también sabe quién se estrelló en uno de esos y vive para contarlo.
Este tipo de vehículos presentan una serie de ruidos propios del desgaste (cabe anotar que un Pichirilo auténtico debe llevar al menos 25 años en las calles) que si bien no lo van a dejar varado tampoco merecen ser eliminados hasta el día que en efecto, los deje tirados en medio de la carretera. En este caso emerge una explicación muy sabia al respecto, y «es que un carro de estos ya lleva ratico, es normal que le fallen cositas de vez en cuando».
Lo cual puede ser el inicio de una larga y no sé qué tan amena conversación porque en efecto, no se ha construido un carro mejor que el Pichirilo, sino obviamente hubiera comprado otro hace tiempo. No es que no quiera ni que no tuviera la plata, es que en serio uno ya no consigue «una maquinota de esas» en estos días, menos cuando todo lo traen en China. ¿Les recuerda a alguien? 😀
Y bueno, después de vivir y empujar un Opel 1964, 2 Renault y 2 Monzas ochenteros a finales de los noventa, un Fiat 147 del 79, un Nissan del 84 y una Honda del 97 puedo decir que por herencia y un poco por vocación padezco del mismo síndrome, lo cual me produce un poco de orgullo hoy en día porque en defensa de este selecto grupo de «gomosos» los vehículos de esa época cuentan con ciertas prestaciones que son muy útiles viviendo en el campo como el sistema de carburador, buenas latas y repuestos baratos.
Si está pensando en vivir fuera de la ciudad en algún momento de su vida recuerde que probablemente, entre muchas otras cosas que va a aprender es probable que adquiera este síndrome 😉