En: La Guía
Sin entrar en detalles históricos, el trabajo como el intercambio de un esfuerzo por una compensación viene acompañado de una herramienta para adquirir lo que representa dicha compensación, en otras palabras dinero.
Pero digamos que no siempre fue así, y podemos agradecer el hecho en vivir en una época en la cual torpemente se respetan muchas de los beneficios a los que tenemos derecho por el hecho de haber nacido en una sociedad, mal que bien estructurada (porque este post no tendría sentido si la sociedad funcionara como hace 1000 años). Sin embargo al pensar este tema del trabajo desde lo personal nos encontramos a veces con pequeñas piezas en este sistema de esfuerzo-compensación que no encajan muy bien pero que logramos amortiguar con gracia, ya que como en todo sistema hay que considerar el combustible que lo mantiene en pié y por lo general, la compensación (o el sueldo para ir al grano) se nos va pagando cuotas de lo que sea. He ahí el combustible.
Pero bueno, este post no se trata de créditos ni de cómo maniobrar sus obligaciones sino de una de estas piezas que parece que no encaja pero si el motor funciona mejor dejémosla quieta. Desde la revolución industrial hace como 400 o 500 años se establecieron algunas pautas para la administración de recursos vs. tiempo con el fin de definir cómo es que la humanidad iba a vivir en un mundo industrializado, y de acuerdo en acuerdo se llegó a un standard de 8 horas de trabajo diarias (40 a la semana, 160 al mes, etc.) que idealmente representan el esfuerzo que debemos podemos ofrecer a cambio de una compensación, que en este punto es un salario que nos sirve para pagar cómodamente nuestras obligaciones. Pero claro, las ideas por escrito se leen súper claras y concretas cuando en la práctica sabemos que no van a funcionar al pié de la letra, ni por las 8 horas diarias ni por el salario digno ni mucho menos por el cómodo pago de obligaciones. Si funcionara así no sería negocio.
Después de muchos años trabajando en un esquema corporativo descubrí que mi compensación no se representaba en dinero, ya que en efecto mi sueldo mejoraba en la medida en que crecía mi nivel de responsabilidad, pero a su vez sentía que perdía gradualmente la administración de mis ideas y proyectos personales porque de manera inevitable siempre estaba pensando en trabajo, sin importar en qué lugar y momento me encontrara (así como cuando uno termina revisando el mail corporativo en la playa, admítanlo).
Decubrí que la compensación que buscaba no era dinero, era tiempo.
¿Y por qué de repente el tiempo se me volvió más valioso que el dinero? me puse a traducirlo en números para entenderlo mejor:
Sin importar cuánto dinero recibiera -porque no me puedo quejar- por más que tratara de acomodar los factores el resultado siempre era el mismo: Tenía muy poco tiempo para mis cosas, que en ese entonces eran básicamente las actividades no laborales que eran financiadas por mi salario (restaurantes, viajes, gadgets, etc.). Resulta que tenía los recursos (dinero) para invertir en lo que llaman «tiempo de calidad» pero hasta pedir vacaciones era un proceso tan tedioso y complejo (nunca pude tomar tres semanas de vacaciones seguidas), que cuando por fin lograba escaparme una semana mi cabeza no lograba despegarse de la oficina.
¿A qué viene todo esto? a que es posible que no se trate simplemente de una historia personal, porque de repente mientras está leyendo empieza a notar que su historia es bastante parecida; y se siente un poco como cuando uno recién termina con la novia y suena esa canción que explica exactamente lo que usted está sintiendo, justo en el momento en que está más aburrido. Es ese sentimiento que si bien no le sube el ánimo al menos le hace sentir que no está solo.
Volviendo al tema del tiempo, resultó ser tan valioso que ni el dinero lo podía comprar. Y como me apasiona esto de encontrarle nuevos usos a las cosas cotidianas, pues me puse en la tarea de sobreescribir mi definición del trabajo en función del tiempo por encima del dinero, simplemente porque vale más. Si usted ya tiene medio esbozado cómo va a disfrutar este recurso tan valioso en un futuro, o a lo mejor este post le hizo recordar lo mucho que vale, les dejo algunas cosas que he aprendido en este ejercicio y que sin duda se deben compartir:
En economía, la diferencia entre invertir y gastar es que cuando invertimos, esperamos de alguna manera un retorno de esa inversión por pequeño que sea, mientras que con los gastos no obtenemos este retorno. Sin duda nuestros gastos ordinarios (en servicios públicos, arriendo, créditos, etc.) pueden ser vistos como inversiones también ya que el retorno que recibimos se traduce en bienestar, sin embargo hasta estos gastos se pueden optimizar para recibir los mismos beneficios sin tener que disponer de un presupuesto mensual. Con el tiempo sucede que si bien lo invertimos para ganar experiencia, es evidente que es más lo que gastamos que lo que recibimos a cambio, pero por lo general nos damos cuenta de este déficit cuando estamos pensionados, viejos y cansados. El tiempo es tan valioso que a diferencia del dinero no se puede recuperar, e irónicamente en promedio nacemos con una abundante cantidad de tiempo para utilizar a nuestro antojo.
De corazón y con suficiente criterio, esperamos que se divierta con su próxima inversión.